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parentalidad
Alfons Salmerón

Parentalidad y Funcionamiento Reflexivo

Nadie nos enseña a ser padres. A menudo creemos que es algo que llevamos incorporado de serie en nuestra información genética .Pero no es así. De hecho, así como son ya muchas las parejas que acuden a cursos de preparación al parto, cada vez son más frecuentes las "escuelas de padres", concebidas como un espacio donde adquirir las habilidades y competencias necesarias que faciliten el desarrollo óptimo de nuestros hijos.
Cuando una pareja está inmersa en el hermoso viaje que significa ser padres, afronta una serie de interrogantes que tienen que ver a menudo con sus propias dudas, miedos e inseguridades producto del desconocimiento, la responsabilidad y la incertidumbre de la nueva etapa que están a punto de inaugurar en sus vidas, que el nuevo miembro de la familia va a cambiar para siempre.
Son preguntas que normalmente la pareja afronta a solas, en el mejor de los casos, recurriendo a su propia experiencia como hijos, a la experiencia de otros amigos o familiares que ya pasaron por ello, o a alguna lectura especializada que alguien les haya aconsejado.
Nadie nace sabiendo ser padres. Y no pasa nada si lo admitimos. Al contrario, es mucho mejor asumir el principio socrático "el sólo sé que no se nada" y abrirse a la nueva experiencia con humildad y una actitud abierta, que hacer propios los prejuicios y consignas ajenas, que más que ayudarnos, muchas veces nos van a confundir todavía más.
En ese sentido, cada día son más frecuentes las llamadas terapias de la parentalidad. Concebidas desde una óptica preventiva y terapéutica están destinadas a favorecer un mejor contacto entre madre/padre y bebé, trabajando con las representaciones mentales preconcebidas que la pareja tiene acerca de sí mismos como padres y de su propio hijo.
Todas las teorías de orientación psicodinámica sostienen en mayor o menor medida, formuladas de una u otra manera, que una de las funciones más importantes que tenemos como padres es la función de contener las ansiedades que nuestros hijos proyectan en nosotros. Es una de las primeras funciones que los padres ponen en marcha desde el nacimiento mismo del bebé.
El bebé proyecta fuera de sí, todo aquello que no puede contener dentro sí mismo. Lo expulsa para que la madre (y el padre) puedan hacerse cargo de aquello de lo que él no puede hacerse cargo todavía. Pensemos, por ejemplo, en un bebé recién nacido que llora cuando tiene hambre o ha hecho sus necesidades, reclamando la atención de la madre, para que ésta le ofrezca su pecho, lo asee, y lo acune en sus brazos hasta restaurar nuevamente sus sensaciones de confort, que le proporcionarán la calma hasta dejarlo tranquilo y dormido de nuevo.
Algo tan aparentemente sencillo como lo que acabo de describir, que aprenden a hacer suficientemente bien la mayoría de las mamás y de los papás, tiene una enorme importancia en el correcto desarrollo psicológico del bebé. De esta manera, los padres están proporcionando al bebé, la experiencia de que hay alguien que lo contiene, que sabe interpretar lo que le ocurre, que se hace cargo de sus necesidades y que le devuelve la calma, de manera repetida, una y otra vez, tantas veces al día como sea necesario.
En esa interacción que se empieza a dar a las pocas horas del nacimiento, y que se va a ir repitiendo a lo largo de todo el desarrollo del niño, estriba buena parte de nuestro éxito como padres.
Más adelante, la capacidad de los padres para comprender a su bebé va a ir desarrollándose cada vez más; estos van a ir adquiriendo una especie de sexto sentido para intuir e interpretar lo que su bebé necesita con apenas un gesto o una mirada. Pero hasta llegar ahí, como en todas las habilidades que adquirimos a lo largo de la vida, hay que pasar por un duro entrenamiento no exento de frustraciones y desesperos.
Eso es, lo que en cierto sentido, el Anna Freud Centre de Londres ha definido como funcionamiento reflexivo o capacidad de mentalización de los padres, y que podríamos definir como aquel funcionamiento que permite a estos, detectar el estado mental de su hijo; esto es, sus sentimientos, ansiedades, preocupaciones, pensamientos, etc, con el objetivo de alcanzar una propia regulación de sus emociones que permita la óptima sintonización afectiva madre/padre-hijo.
Veamos un ejemplo. Imaginemos una madre, o un padre, que después de llegar a casa, tras una dura jornada laboral en la que ha tenido una desagradable experiencia de frustración que le hace estar especialmente triste e irritable, responde con un exabrupto o una reprimenda a su hija de tres años después de interpretar que las reiteradas interrupciones que ésta le hace mientras trabaja en casa con el ordenador, son una muestra del carácter tiránico de la niña.
Un funcionamiento adecuado de la función reflexiva de este padre o madre, le hubiera permitido poder pensar en las necesidades de la propia niña, reflexionar sobre aquello que realmente le está demandando con su comportamiento y después de atribuir correctamente su propio malhumor a la acumulación de experiencias desagradables en el trabajo y no al comportamiento de su aquella, poderse entregar al juego y a la interacción con su hija propiciando de esta manera, una plena conexión sintonización afectivas.
Describo una situación cotidiana en la que seguramente nos habremos encontrado en alguna ocasión para que podamos reflexionar juntos acerca de ello y entender que buena parte de los trastornos o dificultades que presentan nuestros hijos y que se expresan de diferentes maneras, pueden solucionarse con terapias que amplíen el campo mental de los padres, y desarrollen sus propias capacidades de comprensión y mentalización.