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Infancia y problemas de conducta
Cada día son más frecuentes los denominados “Problemas de conducta”. Nos referimos a ellos de manera genérica, definiéndolos como “las dificultades que observamos en el niño para el cumplimiento de las normas establecidas en la familia o en la escuela”. Son frecuentes, en ese sentido, las respuestas agresivas del niño ante el requerimiento por parte del adulto del cumplimiento de las normas.
Conviene, no obstante, diferenciarlo de la habitual etapa de rebeldía por la que pasan todos los niños entre los 18 y los 36 meses aproximadamente, las llamadas “rebequerías” que son del todo normales y responden al necesario y saludable proceso de diferenciación que realiza el niño a lo largo de su crecimiento. Es a partir de esta edad, cuando el niño empieza a adquirir conciencia de sí mismo y por tanto, necesita comenzar a afirmarse frente a los padres. Es una etapa que se supera sin más problemas en la mayoría de los casos.
En un curso que he realizado recientemente dirigido a profesionales de la educación, he tratado de abordar las dinámicas psicológicas y familiares que se pueden encontrar de los problemas de conducta, así como la importancia de la intervención psicoeducativa temprana para la prevención de trastornos futuros que podrían aparecer en la pubertad y la adolescencia. En este artículo, me gustaría poder resumir brevemente, los aspectos más importantes para el abordaje de los problemas de conducta en la aparición temprana.
En primer lugar, conviene afirmar que no toda oposición a una norma o indicación paterna, debe ser vista como algo necesariamente negativo. Más bien, al contrario, un cierto grado de oposición es incluso saludable, muestra un grado deseable de formación de la identidad y por tanto, una necesidad de autoafirmación del niño. El problema es cuando esa actitud opositora se manifiesta con mucha intensidad y frecuencia.
Por otro lado, también cabe hace una reflexión sobre la influencia que tiene el narcisismo imperante en nuestras sociedades occidentales, sobre los modelos educativos familiares. Un narcisismo caracterizado entre otras cosas, por la omnipotencia y la baja tolerancia a la frustración.
Para hacer una primera aproximación teórica al tema, propongo que lo podamos ver en términos de la capacidad que tiene el niño para tolerar y contener aquellas emociones que les resultan desagradables. Una capacidad que se desarrolla a partir de la función de contención que los padres realizan fundamentalmente, en el primer año de vida del bebé.
Por otro lado, también cabe hace una reflexión sobre la influencia que tiene el narcisismo imperante en nuestras sociedades occidentales, sobre los modelos educativos familiares. Un narcisismo caracterizado entre otras cosas, por la omnipotencia y la baja tolerancia a la frustración.
Para hacer una primera aproximación teórica al tema, propongo que lo podamos ver en términos de la capacidad que tiene el niño para tolerar y contener aquellas emociones que les resultan desagradables. Una capacidad que se desarrolla a partir de la función de contención que los padres realizan fundamentalmente, en el primer año de vida del bebé.
Pensemos en un bebé de apenas unas semanas vida, el bebé expulsa fuera de sí todo aquello que no puede contener, empezando por sus propios excrementos. Será la mamá la que acuda a atenderlo ante las primeras señales de la incomodidad que éste manifiesta. El bebé llora, la madre interpreta que su llanto se debe a que necesita que le cambie el pañal y acude presurosa en su auxilio, lo limpia, le cambia el pañal con gestos y palabras de mimo y de cariño y devuelve al niño a la situación de confort inicial. Esa misma operación se producirá cuando éste tenga hambre o sed o no pueda dormir. La labor de la madre, o el padre, para interpretar lo que le sucede al bebé y restaurar su equilibrio sensorial, es lo que conocemos como función de contención, el holding según Winnicott o la función de reverie, definida por Bion.
Esto que hemos descrito torpemente, es lo que sucede de manera habitual, lo que realiza cada día cualquier madre o padre suficientemente buenos, que son por otra parte, la inmensa mayoría. Aquellos que intentan comprender e interpretar lo que les ocurre a sus hijos, adaptándose a sus necesidades. Madres y padres que se equivocan, que no son perfectos, pero que tratan de ser como decía Donald Winnicott, suficientemente buenos.
La sucesión de este hecho una y otra vez durante todo el desarrollo del bebé está comunicando al niño dos hechos fundamentales. El primero; que el mundo, al menos el suyo, es un lugar seguro, y el segundo; que la sensación de malestar que experimenta puede revertirse, si hacemos alguna cosa para cambiarla. Esto es, si podemos pensar e interpretar aquello que está alterando nuestro ánimo y le damos solución. Dicho en otras palabras, la madre y el padre, con la repetición de esta acción sucesivamente, al proporcionarle al niño un continente que las delimite y al prestarle su pensamiento para interpretar qué es lo que necesitan, están enseñando al niño a contener sus propias sensaciones desagradables.
Los problemas empiezan a surgir cuando la mamá o el papá, el cuidador principal del bebé, por las razones que sean y que tienen que ver con sus propios problemas psicológicos derivados de su propia biografía, no pueden contener lo que su bebé les proyecta, y en lugar de devolverle tranquilidad, confianza, seguridad, les devuelven su propia ansiedad multiplicada por el enojo, la rabia o la impotencia. El bebé, entonces, lejos de aprender que el mundo, al menos el suyo, es un lugar seguro en el que confiar, experimenta lo contrario, al no recibir el trato adecuado.
Pues bien, desde nuestro punto de vista, un funcionamiento deficitario de este proceso tan elemental, está en la base de la mayoría de los problemas de conducta más o menos importantes, que con el tiempo, si no se interviene de manera pronta y eficaz pueden derivar en el establecimiento de un trastorno de conducta en toda regla.
¿Quiere decir eso que siempre que hay algún déficit en las funciones parentales se producirá un problema de conducta? Evidentemente, no. ¿Quiere decir eso que todo problema de conducta se explica por esta razón? Evidentemente que no. Además, tenemos que tener en cuenta que siempre van a jugar otras variables de origen, biológico, psicológico, social y cultural.
Es por este motivo, en mi modesta opinión, que las intervenciones basadas, exclusivamente en la administración de técnicas “disciplinarias”, que no tienen en cuenta una comprensión global del niño o la niña, que incluye una mirada amplia a la familia y a su entorno más inmediato, acostumbran a no tener demasiado éxito.
Por el contrario, soy partidario de una intervención multisistémica, que incluya a la familia y a la escuela, y se centre en el empoderamiento de las familias, ampliando su capacidad para mentalizar y comprender la dinámica psicológica y emocional del niño, de manera que esté en mejores condiciones para contener sus ansiedades y establecer por tanto, un campo de acción que ponga límites a la conducta del niño, con capacidad para organizar su mundo interno.