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Las rabietas en niños
En todos los niños, entre los dos y los cuatro años de edad, aparecen, con mayor o menor intensidad y frecuencia, las llamadas “rabietas” , “rebequeries” o “marranadas”. Estas manifestaciones emocionales del niño siempre son motivo de preocupación para los padres, que a menudo se preguntan si esa reacción de su hijo es algo normal, si responde a algún tipo de trastorno o patología o si están haciendo lo correcto como padres. Son preguntas habituales que se hacen toda mamá o papá que tenga una criatura de esa edad.
Las rabietas son parte del desarrollo del niño. Lejos de alarmarnos, debemos saber que son algo absolutamente normal e incluso deseable en el proceso evolutivo de nuestro hijo. A partir de los dos años de edad, el niño empieza a tener una primera noción de sí mismo. A esa edad, ya ha adquirido algunos hitos fundamentales en el camino hacia su autonomía. Ya hace algunos meses que ha empezado a caminar, arte en el que ya ha adquirido una cierta destreza para desplazarse por toda la casa y alcanzar todo aquello que quiere. Es también la edad a partir de la cuál aparece un lenguaje cada vez más elaborado y eficaz, empieza a adquirir el control de los esfínteres y a coger la cuchara para comer o a colaborar a la hora de “escoger” la ropa que quiere ponerse, por poner algunos de los ejemplos más notables. Los tres años de vida en la edad de un niño marcan sin duda, un antes y un después en el desarrollo de nuestros hijos.
Desde un punto evolutivo, podemos pensar que el desarrollo del ser hemano avanza desde la más absoluta de las dependencias a las más elevadas cotas de autonomía personal. Es muy importante que no perdamos nunca esto de vista. Porque nuestra tarea como padres y educadores debe ser siempre la de ponermos de parte de ese desarrollo hacia la autonomía. Para ello, hemos de ir elaborando diariamente el duelo por las pérdidas que ello implica. Su crecimiento también es el nuestro. Cada vez que dan un paso hacia adelante, hay algo que ya nunca volverá.
Debemos entender la rabieta desde esa perspectiva evolutiva. Porque a pesar de que nuestro hijo o nuestra hija cada día vaya adquiriendo mayor autonomía, a esa edad, sus emociones son todavía muy primitivas y por tanto, intensas y sin apenas matices, toda vez que su cerebro no está todavía preparado para regularlas ni para controlar su comportamiento.
Fomentar su autonomía, pero a la vez comprender el estado evolutivo en el que se encuentran es algo básico. Las rabietas tienen un significado. Son sobretodo, un acto comunicativo en el que el niño nos está intentando decir algo. Fundamentalmente, nos está comunicando su incapacidad para comprender y regular aquello que está sintiendo tan intensamente. Por eso, lejos de ignorar al infante como hay quien propone, tenemos que poner toda nuestra capacidad en tratar de comprender lo que está ocurriendo. Es fundamental que nuestra hija o nuestro hijo sepa que estamos ahí, tratando de entenderlos, conteniendo su angustia, su ira, y sobretodo, hacerles saber que podemos “aguantar” su enfado. Para eso estamos.
Las emociones de un niño de esa edad, como decíamos, son terriblemente intensas. No hay matices, no hay capacidad para la ambivalencia. Cuando hemos frustrado algo que deseaban, o cuando por motivos del cansancio o de la saturación neurológica, sienten un malestar intolerable, van a descargar toda su ira de manera casi furibunda. No lo hacen para manipularnos ni para chantejearnos, ni para la llamar la atención. Ni mucho menos para fastidiarnos. Ésas son atribuciones que hacemos los adultos. Un error habitual es pensar que se enfadan con nosotros. Que nos odian o nos desafían. Nada más lejos de la realidad. Se comportan así porque sienten una emoción que su desarrollo todavía no les permite regular. Y para eso, estamos nosotros. Sus principales cuidadores, para “prestarles” nuestra capacidad de regular y “mentalizar” lo que está ocurriendo.
Considero que hay cinco reglas básicas para afrontar las rabietas. Cinco reglas que se resumen en dos: paciencia y firmeza.