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parentalidad
Alfons Salmerón

Vivir la vida, aceptar la muerte

En nuestras sociedades occidentales actuales, la muerte es un tabú como lo son casi todas aquellas cosas desagradables pero inherentes a la vida, como el dolor, la enfermedad o el displacer en general.
Vivimos en una sociedad infantilizada que disocia lo que no le gusta, y lo encapsula para quedarse solamente con las partes buenas. El problema es que la vida no es la construcción edulcorada que tratan de mostrarnos cada dí desde los altares de los nuevos templos que son los medios de comunicación de masas. La vida es mucho más compleja y todas las rosas de la realidad crecen con espinas.
Es un hecho que vivimos de espaldas a la muerte y a la enfermedad, que negamos el paso del tiempo. De hecho, la sociedad actual ha desarrollado incluso, toda una industria al servicio de esa negación suprema: los tratamientos anti aging que tienen como única finalidad retrasar el envejecimiento.
Es por ello, que cuando me propusieron hacer un taller para profesores y otros profesionales de la enseñanza, sobre cómo afrontar la muerte en clase, pensé que las dificultades para abordar la muerte en la escuela, son sólo un reflejo de lo mal que se relaciona la vida con la muerte en nuestra sociedad.
En realidad, tememos a la muerte, lo que ocurre es que ese sentimiento, absoluta y exclusivamente humano -somos la única especie del Planeta que tiene conciencia de su propia muerte-, nos provoca tal angustia, que optamos por negarlo, alentados por una sociedad y por una cultura que nos invita a hacerlo cada día.
Conviene saber que la negación de la muerte no ocurre de la misma manera en todas las culturas del mundo, ni ha ocurrido siempre a lo largo de la historia de la humanidad. Los ritos funerarios se realizaban ya en época de los neandertales y han estado presentes en todas las culturas como la egipcia, la griega o la romana como una manera de elaboración colectivamente. Estos ritos se han mantenido a lo largo de la historia de la humanidad, con diferentes expresiones pero al servicio de la misma función de elaboración.
Es en nuestra sociedad occidental, y concretamente, en la postmodernidad que es la cultura del capitalismo neoliberal, cuando la negación de la muerte ha alcanzado su mayor expresión. Vivir se ha convertido en una suerte de carrera imposible contra la muerte, en la que todos los liftings, los gimnasios y los tratamientos anti edad están destinados irremediablemente al fracaso.
Es por ello, que quizás no sea del todo casual que sea precisamente ahora, y en nuestras sociedades occidentales que los trastornos de ansiedad, en cualquiera de sus variaciones, vayan camino de convertirse, si no lo son ya en una de las pandemias de las sociedades desarrolladas.
Porque, ¿qué es la angustia y la ansiedad en última instancia, sino la máxima expresión del miedo inconsciente a la muerte que no ha podido ser mentalizado?
La muerte es la mayor preocupación del ser humano a lo largo de toda su historia. Toda la producción de la cultura y el desarrollo científico y tecnológico de la humanidad, desde esa perspectiva, están al servicio de aplazar su encuentro lo máximo posible. Y la ansiedad, en un sentido biológico, es el mecanismo de defensa más primitivo del ser humano frente a cualquier amenaza externa que pueda comprometer seriamente su vida. Un mecanismo que pone en alerta al individuo y lo prepara para hacer frente al peligro.
Nuestra sociedad disocia la vida de la muerte, relegándola a un plano inconsciente, despojando de objeto al miedo a la muerte inherente a nuestra condición humana, para convertirlo en angustia y ansiedad flotantes, mucho más inquietantes y generadoras de sufrimiento psicológico.
Es por este motivo, que las terapias centradas en el duelo son cada día más necesarias. La pérdida de un ser querido necesita ser debidamente elaborada a través de un proceso duelo necesario que requiere su tiempo. Sin embargo, nuestra sociedad no facilita el duelo; al contrario, considera que la pena, el abatimiento, el dolor y la desesperanza inherentes a la pérdida, son considerados como sentimientos negativos, cuando no patológicos, que conviene superar lo antes posible, fomentando la disociación y abocando al doliente a la no resolución adecuada del duelo.
La elaboración del duelo requiere pasar indefectiblemente por todas y cada una de sus etapas. Estas etapas del duelo irían desde la negación inicial de la muerte que se produce en un primer momento, caracterizado por el embotamiento emocional y la sensación de incredulidad, con momentos de pena y de rabia, pasando por una fase posterior de añoranza de la figura perdida, a la que le sigue otra de depresión y desesperanza que conducirá finalmente a la aceptación y a una cierta reorganización de la persona, que ha podido finalmente, introyectar la figura perdida y reordenar su propia experiencia. (J.L.Tizón 2013)
Porque, por paradójico que suene, vivir plenamente la vida comporta la aceptación de la muerte. Sólo viviendo intensamente la experiencia de la muerte cuando ésta golpea nuestras vidas, podemos comprender el verdadero sentido de nuestra existencia.