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  • ABR
Sociedad y sufrimiento emocional
Alfons Salmerón

Sociedad y sufrimiento emocional

He sido invitado recientemente por la FEDAIA (Federación de Entidades de Atención a la Infancia y a la Adolescencia) a participar en su encuentro anual de Centres Oberts. En esta ocasión, el tema escogido había sido el de la salud mental como eje vertebrador de las jornadas, con el objetivo de ampliar la mirada, como rezaba el título del encuentro.
En concreto, se me encargó conducir un taller que permitiera reflexionar acerca de las dificultades en la expresión emocional en la infancia y adolescencia, que nos ayudara a repensar nuestra tarea cotidiana y ampliar la mirada a nuevas maneras de abordar de nuestro trabajo.
Quiero agradecer desde aquí, a la FEDAIA la oportunidad de estas jornadas, que sin duda nos ayudaron a todos los participante a poner en común nuestras experiencias con la finalidad de poder ayudar un poco más a nuestros pequeños y sus familias, que atendemos cada día desde diferentes ámbitos.
Paso a explicar de la manera más breve posible el contenido del taller y las principales conclusiones, de manera que puedan servir a un debate y una reflexión todavía más amplia y participada.
En primer lugar, creo que es necesario que hablemos del contexto socio-cultural e ideológico en el que vivimos y qué dice la ideología hegemónica en nuestra sociedad occidental contemporánea. Cabe afirmar en este sentido, que vivimos en una sociedad que no presta atención a las emociones consideradas negativas. O dicho de otra manera, nuestra sociedad fomenta la negación de aquellas emociones consideradas negativas o desagradables.
La sociedad que emerge del neoliberalismo contemporáneo es una sociedad terriblemente narcisista que fomenta la omnipotencia y el exhibicionismo, y establece unas expectativas de éxito tan irrealizables que generan frustración y malestar.
Es una sociedad que niega el dolor, el malestar, el miedo o la tristeza. Una sociedad que necesita para la supervivencia de su modelo, la negación de cualquier señal del malestar que produce las desigualdades que genera.
Podríamos hablar en los términos en los que lo ha hecho recientemente el psiquiatra, psicólogo y psicoanalista Jorge Luis Tizón en su libro El poder del miedo de una “psicopatología” del poder. Miremos si no, como han reaccionadas nuestras pretendidas sociedades avanzadas ante la tragedia de los refugiados. ¿Existe acaso un ejemplo más evidente de negación de lo desagradable? Miles de personas han muerto y lo siguen haciendo en las playas en las que veraneamos los europeos y ¿qué hemos hecho? Mirar para otro lado, disociar el el sentimiento de dolor que nos ha producido la tragedia ajena porque seguramente porque en su espejo nos asomaríamos al espanto de nuestra propia fragilidad, y eso se nos haría insoportable
De esta manera, existen tratamientos anti-aging para combatir el envejecimiento, se patologizan sentimientos y emociones tan “humanas” y comunes como la tristeza, se potencia toda una industria farmacológica al servicio de silenciar el malestar, y se formulan teorías acerca de nuevos paradigmas psicológicos positivistas que desprecian las emociones consideradas negativas.
En definitiva, vivimos en una sociedad en la que hablamos poco de nuestras emociones. Pensamos poco acerca de lo que sentimos hasta el punto que en muchas ocasiones, no sabemos ponerle nombre a ese malestar que nos impide en ocasiones sentirnos bien con nosotros mismos. De lo acostumbrados que estamos a silenciar lo desagradable, llega un momento en el que dejamos de preguntarnos qué nos ocurre, porqué sentimos lo que sentimos ni qué podríamos hacer para hacer frente a las fuentes de ese sufrimiento emocional.
Me atrevería a decir que es un síntoma que va mucho más allá del individuo. Es un síntoma de una “patología” social. Miremos si no, como han reaccionadas nuestras pretendidas sociedades modernas ante la tragedia de los refugiados. ¿Existe acaso un ejemplo más evidente de negación de lo desagradable? Miles de personas han muerto y lo siguen haciendo en las playas en las que veraneamos los europeos y ¿qué hemos hecho? Mirar para otro lado, disociar el el sentimiento de dolor que nos ha producido la tragedia ajena porque seguramente porque en su espejo nos asomaríamos al espanto de nuestra propia fragilidad, y eso se nos haría insoportable.
Es por eso que, calladamente, el malestar se va abriendo paso en forma de síntomas de diversa índole, ya sean psicológicos, médicos o de tipo relacional: ansiedad, insomnio, hiperactividad, estrés, hipertensión, dificultades en nuestras relaciones... y así hasta un largo etcétera.
Para comprender mejor lo que trato de explicar, les propongo un ejercicio. Pensemos por un momento, en nuestras conversaciones cotidianas. ¿De qué hablamos con nuestra pareja, con nuestros padres, con nuestros hijos? ¿Cuáles son las conversaciones habituales con nuestros amigos o compañeros de trabajo? ¿Hablamos de cómo nos sentimos? ¿Nos interesamos por cómo se sienten ellos?
¿Verdad que no? Nos cuesta horrores hablar de lo que sentimos. No estamos acostumbrados. Está mal visto. Es cursi. Hablamos de lo que hemos hecho, de los planes que tenemos, de los deberes del cole, de lo que hemos adelgazado con no sé qué dieta o de lo que nos hemos comprado en las últimas rebajas de invierno. Pero pocas veces, en contadas ocasiones hablamos de nuestras emociones.
Si nos cuesta a los adultos hablar de nuestras emociones, ¿cómo podremos tratar de educar a nuestros pequeños en el conocimiento y la expresión de sus emociones?
Hablemos ahora de nuestros pequeños. ¿Cuáles son las fuentes del sufrimiento emocional de los más pequeños?
Las fuentes del sufrimiento emocional infantil son diversas. Desde los acontecimientos y situaciones más impactantes y traumáticos como el maltrato activo y pasivo, el abuso sexual o el trato negligente, hasta situaciones más comunes y cotidianas como los conflictos familiares o la adaptación a la escuela.
¿Cómo podemos detectar que un niño está sufriendo alteración de su estado emocional?
La enuresis o la encopresis, las dificultades en el control de esfínteres, son en muchas ocasiones señales de sufrimiento emocional del pequeño. Las pesadillas o los terrores nocturnos que duran más de lo habitual, la inhibición o su reverso, la conducta hiperactiva, son también a menudo, aunque no siempre señales de un malestar emocional que el niño está sintiendo. En otras ocasiones, la manera de expresar ese malestar es a través de un comportamiento disruptivo o desafiante con los adultos.
En definitiva, los niños y cuanto más pequeños, en mayor medida, expresan lo que sienten a través de su conducta. No tienen otra manera de hacerlo. Todavía no están suficientemente preparados para hacerlo de otra manera. No han alcanzado un nivel de desarrollo que les permita poner palabras a lo que están sintiendo.
De todo lo que hemos dicho, podemos concluir que el primer paso para aproximarnos al abordaje de ese sufrimiento emocional es que podamos conectar con esa emoción. Esto es, “prestarle” al niño nuestra capacidad para sentir con él y ayudarle a expresar y canalizar sus emociones. El juego, el dibujo, la observación y la escucha atenta de sus sueños o fantasías nos van a dar pista de qué es lo que está ocurriendo, si abrimos nuestros sentidos y nos disponemos a sentir con él lo que está sintiendo, de manera que vayamos identificando y poniéndole nombre a esas emociones.